lunes, 23 de agosto de 2010

¿Qué debe buscar un directivo cuando decide?

De todas las preguntas que un directivo se hace y le hacen, hay una es absolutamente vital, ya que de su respuesta depende su futuro y el de quienes se ven afectados por sus acciones.

Es una pregunta tan sencilla como profunda: “¿cuál es el fin de la acción directiva?” o dicho de otra forma, “¿qué debe buscar un directivo cuando decide?”. Para un directivo es una pregunta de hecho ineludible, dado que siempre que está decidiendo, está buscando algo, haya o no reflexionado sobre qué es eso que busca.

Hoy en día hay dos bandos claramente diferenciados, que responden a esta pregunta de forma radicalmente opuesta.

El primero de los bandos propone una respuesta que es un poco antigua. Data de 1776 y viene de Adam Smith, considerado el padre del capitalismo. ¿Qué debe buscar un directivo, de acuerdo a Adam Smith? Nada más ni nada menos que su interés propio.

Smith, viendo que Newton, mediante la ley de gravitación universal era capaz de explicar el funcionamiento del universo entero, se planteó encontrar una ley que explique el funcionamiento de las sociedades. En su libro “La riqueza de las naciones” propone que la ley que debe regir la conducta de los hombres para que la sociedad pueda vivir en paz no es otra que el interés propio, el “self interest”. El hombre es entonces un animal económico, que en su actuar debe preocuparse pura y exclusivamente por su propio interés.

Me animo a decir que, a pesar de venir del siglo XVIII, esta idea está muy vigente hoy en día, y con particular fuerza en las empresas, donde el famoso “there is no free lunch” es una realidad tan obvia que no necesita ser probada.

El problema con esta respuesta es que ha llevado a un mundo en el que cuanto más desarrollo y crecimiento económico hay, más inequidades, abusos e injusticias vemos. El funcionamiento de la sociedad basada en el egoísmo no ha sido tan armónico y equilibrado como Adam Smith pensaba.

El primer bando ofrecía una respuesta un tanto antigua, pero la respuesta que ofrece el segundo bando es aún mucho más antigua: tiene 2000 años. Viene del Cristianismo, y a la pregunta ¿qué debe buscar con su acción el hombre? responde sencillamente que los hombres deben amarse unos a otros. Lo que debemos buscar con nuestras decisiones es el bien común. La Iglesia desde siempre ha difundido este mensaje, y ha repetido hasta el cansancio que no es en absoluto incompatible con la actividad económica, ni con el lucro.

El Papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate aborda este punto:

La doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «después» de ella.

El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo
.”

Resumiendo: un bando declara que la fórmula de éxito es: “que cada uno se preocupe por sí mismo”, mientras que el otro afirma “que cada uno se preocupe del bien común”.

En su discurso inaugural, el Presidente Obama propuso a los americanos que la solución a los problemas que enfrentan está en dos cosas: “virtudes y esperanza”. Muchos vimos en esa declaración una apertura a una concepción distinta del hombre y su rol en la economía.

Sin embargo, cuando se propone la salida a la crisis financiera, se recurre básicamente a dos herramientas: nueva legislación y corregir los sistemas de incentivos. Se apela una vez más al interés propio de las personas como forma de solucionar los males. Lo mismo podemos ver en el caso de los pozos petroleros en el Golfo de México. Pongamos multas y endurezcamos la legislación.

El problema con estas medidas (sin duda en cierta medida necesarias), es que no atacan el fondo de la cuestión. Lo que hace falta para solucionar todos estos problemas de raíz, son directivos que se preocupen por el bien común, y no hay ley, ni sistema de incentivos que pueda obligarnos a que nos preocupemos sinceramente los unos por los otros.

¿Cómo se consigue, entonces esa fraternidad y solidaridad basada en el bien común? Es necesario comprender que este tipo de comportamientos no se pueden reglamentar o decretar, sólo se pueden inspirar. La única forma en que las personas comiencen a actuar así es si alguien les da ejemplo. Hacen falta personas concretas, de carne y hueso que muestren el camino, que demuestren que es posible un mundo empresarial en el que la fraternidad y la solidaridad sean los sentimientos orientadores, y el bien común el objetivo a conseguir.

Hace falta empresarios y directivos que se tomen en serio esta aventura, para demostrar al mundo, con su inteligencia y su habilidad, que no es “a pesar de ser buen empresario” sino precisamente “porque se es buen empresario” que se debe actuar con la mira puesta en el bien común.

Este tipo de personas son vitales si pretendemos cortar el ciclo vicioso del interés propio, donde cada hombre es el competidor de su hermano. Sin estas personas, el destino que nos espera no es otro que el colapso de nuestras sociedades ante la creciente injusticia y desigualdad entre pueblos y entre hermanos. Ésta, y no otra, es la realidad que nos espera si no cambiamos de dirección. Así de graves son las consecuencias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo soy una prostituta (actualmente de clase media) y aspiro a ser una gran prostituta de lujo. No te escandalices de leer esto, yo soy una prostituta y tú probablemente también lo seas, aunque sólo sea por pura probabilidad.

Soy prostituta porque vendo mi cuerpo, mi mente y mi tiempo a cambio de dinero. Mi cuerpo porque lo tengo que llevar a trabajar a un sitio donde no todos los días me apetece ir (o joder mis preciados riñones todo el día en una silla, que valen un buen pico en el mercado negro); mi mente porque a veces tengo que acatar decisiones ajenas que no comparto o porque tengo que poner buena cara a clientes que no me caen bien y por último mi tiempo porque lo tengo que dedicar a cosas que roban de mis verdaderas inquietudes. Y todo ello por dinero, porque si no no las haría. Y no me estoy quejando de mi trabajo, que por otra parte me gusta, ni de mis “madames”, de los que estoy satisfecha y se portan bien. Estoy hablando de la propia esencia del trabajo. Las diferencias con las prostitución sexual son las mismas que entre un informático y un médico. Ámbitos laborales distintos implican prostituir distintas partes del cuerpo y de la mente en diferente medida.

Por supuesto que la explotación está fatal en cualquier ámbito de trabajo, y me permito el lujo de hacer comparaciones de igualdad entre prostitución sexual y prostitución laboral “ordinaria” porque sólo admito en este debate aquella ejercida libremente sin coacciones ni presiones, por pequeña o grande que sea estadísticamente frente al global de la prostitución. Cualquier otra forma de prostitución es aberrante y perseguible, pero queda fuera de mi exposición en este momento.

Y como decía unas líneas más arriba no quiero que te lleves las manos a la cabeza. Si aceptamos la estadística probablemente hayas caído aquí siendo una prostituta de rango medio-bajo, pero en cualquier caso te sitúas obligatoriamente dentro de uno de estos grupos:

Prostituta: La gran mayoría de los trabajadores.
Prostituta de lujo:Es una puta que ha conseguido (por su preparación y experiencia) tener cierta capacidad de decisión, pero se caracteriza por cobrar mucho por hacer su trabajo (no necesariamente bien, por otra parte).
Madame: Puede a su vez ser o no prostituta de otra madame superior. Está a cargo de unas cuentas y toma las decisiones sobre los clientes y trabajos que deben desempeñar estos.
Buscando clientes desesperadamente: el grupo más duro, quieren ser prostitutas pero no encuentran clientes o madames que las amparen.
Además, se dan más coincidencias. Nadie dirá que el sexo es malo, pero la prostitución sexual no es como practicarlo en tu casa. Por otro lado, mi trabajo sin ir más lejos, me encanta, hago cosas que me encantan que haría en mi casa tranquilamente, que son parte de mi hobbie, pero el hecho de ser trabajo condiciona igual que lo hace a otro tipo de sectores. Y al margen de cuestiones morales y/o religiosas podría enumerar varias decenas de trabajos, así de carrerilla, bastante más desagradables y escatológicos que el de las verdaderas puta. Y entrando en el tema moral y ético se me ocurren otros tantos más condenables e injustos, aunque no medie la carne.

Así de simple es la vida (y de dura). Como decía un dicho popular, “fíjate si será malo el trabajo que hasta te pagan por hacerlo”. A prostituirse toca señoritas. Y de paso respetemos a las otras.